LOS ILUSTRES VISITANTES
(fragmento de la novela Inmortalidad)
Todas las salas que daban hacia el patio central de la imprenta se habían
transformado en el territorio transeúnte de la Feria del Manuscrito, durante la
semana en que se celebraba el cuarenta y cinco aniversario de su fundación.
Atestado el lugar de ilustres visitantes que iban y venían con catálogos en
mano, solicitaban ser atendidos personalmente por los dueños que no se daban a vasto
para atender a tal cantidad de expertos coleccionistas y a un buen número de
rastreadores de obras antiguas, raras e inéditas.
Antonello Guinelli finiquitaba algunos detalles con ciertos caballeros venidos
desde la isla danesa de Hven. Por encargo del célebre astrónomo Tycho Brahe,
los personajes le solicitaron al artista italiano un sofisticado diseño de
naipes simbólicos, los que serían impresos en la imprenta del centro
astronómico edificado en las entrañas del Castillo de Urania. Guinelli después
de atenderlos se retiraba de su despacho, cuando fue abordado por tres
individuos que solicitaban información sobre un antiguo manuscrito.
-Señor Guinelli –dijo un hombre grueso de barba puntiaguda y entrecana- estamos
interesados en la obra del Magister Prinio Corella, sabemos que existen al
menos quince o veinte manuscritos suyos y por supuesto su Magna Obra.
-Corella… Corella. Sí lo recuerdo, efectivamente –dijo hojeando el registro-
aquí tengo algo: “De creatione quintae essentiae” (1478), “Elixir Vitae” (1482)
y “Ars Major” (1490).
-¿Es todo? –preguntó decepcionado el hombre.
-Por desgracia gran parte de su obra fue prohibida y devastada, pero existe una
relación muy prolija que el abad Jacobo de Grinaldi escribió en una biografía
del “Doctor Absolut” bastante completa.
-¿Podemos verla?
-Por supuesto, síganme –dijo Guinelli encaminándose a la biblioteca. Tomó el
manuscrito de una vitrina y se lo mostró a los hombres que se habían sentado
alrededor de una mesa. El texto de Grinaldi mencionaba detalladamente nueve
manuscritos como obras menores y diez más a los que les concedía plena
importancia.
Un hombre delgado, de aspecto macilento y lo bastante alto como para sobresalir
su cabeza entre la nutrida concurrencia que se había congregado en el patio
central, intervino con la siguiente aclaración, -El abad no menciona nada de su
Magna Obra que debió haber concluido en 1498.
-¡Imposible! –dijo de inmediato Guinelli- Prinio Corella murió en 1496 en un
lamentable accidente cuando su carruaje cayó por un acantilado de la sierra
Tramuntana al despeñadero- Los tres hombres se vieron sorprendidos, incrédulos.
-Existen varios manuscritos que dan testimonio de su Magna Obra, Eliphas el
Magnífico lo cita varias veces al igual que Jonathan Von Debra entre otros que
tuvieron correspondencia con él hasta 1498 –informó el menos viejo que no había
pronunciado palabra.
-¡Qué contrariedad! No sé qué decirles, al menos algo es seguro, jamás
encontraron su cuerpo. Hay muchas historias al respecto, que la marea arrastro
su cadáver al fondo del mar. Que fue rescatado en vuelo por un ángel. Que cayó
sobre la arena como blanda espuma y siguió caminando como si nada. En fin,
cualquier cosa, lo cierto es que su muerte sigue siendo un misterio y nadie ha
dado fe de su Magna Obra. Me temo señores que no puedo ayudarles más.
Guinelli salió de la biblioteca para reunirse con su hija Kima, la joven
charlaba cerca de la fuente del patio central con Guillermo Doménech y Juanjo
Vivot, los dos hidalgos eran originarios de Mallorca. El primero era un
cartógrafo consumado y el segundo un políglota, erudito y estudioso de
heráldica. Ambos caballeros solían visitar la imprenta durante sus fortuitas
estancias en la isla como un retiro solaz entre sus viajes incansables. El grupo escuchaba de buen agrado las anécdotas que Doménech solía relatar,
cuando Guinelli vio a Gadea como una apacible imagen parada en el descanso de
la escalinata bajo la arcada del pórtico interior. Antonello no pudo ocultar su
alegría y sin disculparse del corrillo se encaminó hacia su esposa que también
lo había advertido. Como una pareja de enamorados los vio Kima tomados de la
mano aproximarse a ellos. Con casi sesenta y cinco años a cuestas la señora
Guinelli conservaba la belleza y la elegancia que en su juventud le fueran
características.
Gadea elogió con modestia y probado conocimiento el notable trabajo de la
imprenta durante todos esos años. En pocos minutos la naturalidad de la
conversación se convirtió en una delicia hasta que uno de los interlocutores se
dio cuenta que eran observados sin pudor por tres caballeros. Con cierta discreción
éste les señaló a los insolentes personajes.
-El regordete de barba es Arthur de Yehak, famoso alquimista de la corte de
Rodolfo II –dijo Juanjo Vivot. -El alto escuálido es el astrónomo y matemático
Wenceslao Stroff, también asentado en el bastión de la Academia de Alquimia
Praguense. El otro no me es conocido –añadió el cartógrafo que les dirigió una
mirada sin reparos- supongo que vienen de Bohemia…
Por lo que veo –agregó Doménech- por aquí bulle el corazón de los
“destillatores” y circula mucha sapiencia de los laboratorios herméticos de
Praga.
-Un momento, un momento… -dijo en tono más que efusivo Juanjo Vivot- ¡Es
Kelley!, el controvertido médium particular del doctor Dee.
-¡Por supuesto! –Intervino el cartógrafo- bastante bien conocido por su mecenazgo
dispensado por parte de Isabel I de Inglaterra.
-Aunque no menos popular por haber perdido las orejas en manos de la justicia.
Su nombre verdadero –susurró Vivot casi al oído de los escuchas- es Edward
Talbot, quien se desempeñó muy joven como escribiente y más tarde se supo que
era un artífice harto mentiroso y un auténtico falsificador de documentos.
Antonello Guinelli no pudo evitar cierto nerviosismo, sugirió que un asunto
pendiente obligaba a su esposa y a su hija regresar a la hacienda. Se disculpó
prometiendo a la brevedad posible regresar dejando de súbito a los dos jóvenes
con un palmo de narices. Gadea y Kima se despidieron con sutil presteza sin
entender nada, En el carruaje hablaron poco y la pregunta de Kima respecto a lo
sucedido quedó de momento sin respuesta.
Recién llegados a la
hacienda y sin tiempo aún de limar algunas asperezas en privado, se
precipitaron los acontecimientos cuando una mujer de la servidumbre le anunció
a Guinelli la presencia del alquimista Arthur de Yehak quién solicitaba para él
y sus acompañantes urgentemente su anuencia. Sin más remedio el señor de la
casa los hizo pasar a su despacho. El primero en hablar fue el alquimista.
-Estimado Guinelli, lamentamos este penoso asedio, pero creemos que en nuestra
previa conversación usted nos ha ocultado algo de vital importancia para la
ciencia que nos ocupa.
-¿No entiendo? Creí que todo había quedado claro.
-Es probable que usted ignore algunas cosas respecto a la familia de su mujer
–intervino en tono suspicaz Kelley- pero nosotros lo vamos a poner al
corriente.
-Soy todo oídos, pero les advierto que no toleraré insolencias –manifestó el
impresor quién en ese momento hubiera preferido ser sordo de nacimiento.
-Descuide, me limitaré a los hechos. Su esposa Gadea es hija de Georg Ancarola
y Catalina Verti.
-Cierto.
-Y su suegro fue el cuarto de los hijos de Ulrich Ancarola y Apel Ferrater.
-No me dice nada que yo no sepa.
-Pues tal vez ignore que Melissa Ferrater quién en vida fue hermana de Apel y
por consiguiente tía de Georg Ancarola su suegro… conocido aristócrata,
inversionista y banquero…
-¿No entiendo a donde quiere llegar con todo esto?
-Seré claro –dijo sin rodeos Kelley- veo que usted ignora que la tía abuela de
su esposa, Melissa Ferrater no tan solo protegió al Magister Prinio Corella sino
fue su discípula.
-¿Discípula?
-Tal cual –terció el astrónomo y matemático Wenceslao Stroff quien se veía
demasiado irritado como para alzar la voz cuando agregó- Tenemos testimonios
irrefutables al respecto. Incluso sabemos que se hacía llamar “Virgencita
Negra”.
-¡Es suficiente…! No pienso tolerar más –Dijo Guinelli dando tremendo puñetazo
en la mesa- salgan inmediatamente de mi casa.
En ese momento el alquimista Arthur de Yehak se levantó encolerizado, los
cachetes mofletudos le temblaban y sin poder controlar sus movimientos se dio
una vuelta en redondo encaminándose de forma accidental a la habitación
contigua donde alcanzó a ver el bargueño que contenía los manuscritos de Gadea.
-¡Qué descubrimiento! –Gritó resoplando el gordo- aquí hay unos manuscritos. El
astrónomo y Kelley se pararon como resortes y de un certero brinco estaban
frente al mueble. Guinelli los siguió y no pudo menos que aterrarse cuando
Yehak le ordenó que abriera el bargueño.
-He perdido la llave –aseguró Antonello con voz entrecortada. No se hizo
esperar la furia del alquimista que levantó con inusitada fuerza el armario y
en vilo lo arrojó contra la pared. Volaron astillas de madera y vidrios por
todos lados. Los tres hombres como aves de rapiña escudriñaban entre los
pedazos de tablas y cristales cada uno de los treinta y ocho manuscritos.
El pertinaz de Kelley alzó de entre los restos desperdigados la tapa que
cubriera el doble fondo y bajo ella descubrió que reposaba indiferente el
manuscrito del Ditriae-Corporum y las mujercitas desnudas.
-¡Lo tengo! –dijo dando tremendo alarido. Los tres usurpadores apenas si se
dieron tiempo de examinar el manuscrito, tal vez el confirmar que no entendían
absolutamente nada les era la prueba más contundente, que tenían en su poder el
secreto mejor guardado de la alquimia. Salieron de la hacienda con tal
celeridad que su recuerdo se volvió polvo, y no se les volvió a ver por ningún
rincón de la isla de Mallorca.
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