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miércoles, 11 de mayo de 2022

El estanque de las Tortugas



Fragmento de la novela “Las puertas del tiempo”

La sociedad secreta Pi 

…No fue casual encontrarlo sentado en una banca frente al Estanque de las Tortugas, particularmente ese día cuando el azul del cielo de un sol luminoso llenaba de claridad los hermosos paisajes de Central Park. Impecable, elegante, con riguroso traje oscuro, camisa blanca y corbata gris plomo, Nikola Tesla, le daba de comer a las sisellas. El fotógrafo se sentó a su lado, sin saludarlo le dijo señalando a una graciosa paloma arrollera que picoteaba las migajas arrojadas en el suelo. –Es difícil imaginar un campo de fuerza responsable del movimiento de todos los cuerpos en el espacio. 

-El espacio vacío está lleno de energía indetectable –dijo el científico encausando una conversación que se había iniciado en apariencia de forma espontánea, pero Matthew quería llegar a un punto específico, un asunto que a él en particular le preocupaba. -La energía eléctrica está presente en todos lados en cantidades ilimitadas, esta energía que opera en el universo será la fuente que impulse todas las actividades de los seres vivos en su existencia diaria. Me refiero a la energía cósmica –añadió Tesla quién le dirigió una serena mirada a su interlocutor. 

-Me gustaría, si no tiene inconveniente que me hablara sobre la “Bobina” que usted inventó en 1891. Por lo que he escuchado, usted sugiere que este mecanismo hace funcionar a los platillos voladores, algo así como un motor para mover una nave espacial. 

Tesla sonrió –Y supongo que usted no lo cree. Justo, usted inició esta conversación tocando aspectos de mi Teoría Dinámica de la Gravedad, la cual asume que un campo de fuerza es responsable del movimiento de los cuerpos en el espacio. Energía ambiental, amigo… No me dijo su nombre… ¿verdad? El fotógrafo estuvo a punto de extenderle la mano al científico, pero de súbito recordó, que a Tesla le incomodaba esa inoportuna costumbre. –Matthew Anderson –contestó –soy fotógrafo… del New York Times. –Pero volviendo a su “bobina”… 

-¡Ah! La bobina de alta frecuencia, bueno… imagínese un transformador resonante el cual genera carga electrostática y electromagnética en la nave, estableciendo una función de polaridad. De hecho, la bobina es una columna con un espacio hueco que contiene un generador de turbina. Cuando se crea el vacío en un hemisferio de la nave, se le permite a la presión atmosférica correr a través del tubo, activando el generador eléctrico de la turbina. Los extraterrestres usan este sistema. 

-¿Los extraterrestres? preguntó el fotógrafo.

-Sí amigo -contestó Tesla levantándose de la banca, su chofer había llegado para recogerle. Tesla caminó erguido, silencioso, mientras Matthew lo veía perderse en el sendero cuyo fondo a lo lejos, enseñoreaba el bellísimo Castillo Belvedere…

 

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miércoles, 4 de mayo de 2022

Dasha Antiques


 Fragmento de la novela “Las puertas del tiempo” 

Salía de su oficina cuando sonó el teléfono. Alcanzó a tomar la llamada.

-Holaaa

-¿Susan Lee?  

-Si ¿quién llama?

-Dasha Ivanovic… de Dasha Antiques.

-Mujer que sorpresa, hace más de un año que no sé de ti.

-Necesito verte, tienes algo que me interesa.

-Qué raro… sólo cuando necesitas algo me llamas.  

-No seas dura, he estado viajando y con mucho trabajo. ¿Cuándo podemos vernos? ¿Podría ser hoy?

-Si me invitas a comer, podemos vernos al rato ¿en el Ukrop está bien?

-Hecho -dijo Dasha y colgó

En plena temporada de deshielo, las gotas de escarcha fundida que caían de las ramas de los árboles formaban un llamativo espectáculo en las márgenes del río Connecticut. Salió de la carretera lateral del afluente para tomar la 99 South hasta el entronque con la 91 North. Dio la vuelta en el retorno y se estacionó frente al restaurante. Entró al establecimiento, Dasha aún no había llegado, nada extraordinario en ella, siempre extravagante y desesperadamente impuntual. Pero a una prima lejana, poseedora de un insondable y recóndito tesoro del conocimiento oculto, nada se le podía negar.   

Grigori Ivanovic, bisabuelo de Dasha se había afincado en Rocky Hill a principios del año l800. Procedente de una provincia croata llamada Rijeka, pisó tierras norteamericanas acompañado de cuatro enormes baúles, que contenían, según él, la sabiduría de todos los tiempos. Vecino de Austin Lee, pronto iniciaron una fuerte amistad que terminaría con el tiempo en lazos familiares. El croata se casó con una hermana de Lee con la cual tuvo varios hijos, nietos y bisnietos. De ese linaje era Dasha. Grigori, apuesto, alto, de ojos claros y rubio, no tardó en hacerse de cierta jerarquía en la localidad. Su don de palabra y su elocuente persuasión fueron determinantes sobre la voluntad de su cuñado, con quién habría de fundar en 1839 una sociedad secreta llamada “PI”. 

Susan vio el reloj en el momento en que Dasha entraba como un sol, iluminando a su paso a todo aquel que podía percibir su encantadora sonrisa. Durante la comida el tema fue superficial, ambas mujeres se limitaron a disfrutar la ocasión después de tanto tiempo sin verse. Mientras esperaban al camarero con la cuenta, la rusa, apodo que bien le caracterizaba, le dijo a su prima –la siguiente parada es en mi casa. Ambas se enfilaron a una zona residencial que tenía acceso por una estrecha carretera, donde la espesura tupida del bosque creaba bajo el solitario camino, una perfecta bóveda vegetal de un hermoso colorido y tupido follaje. La residencia de tres pisos, rodeada de jardines, terrazas y una singular piscina en forma de trébol, era la clara imagen del imperio que la familia Ivanovic, había cimentado desde sus inicios. 

Susan respiraba complacida el aire señorial de la residencia, estupendo mobiliario, gran cantidad de antigüedades y obras de arte –recuerdos de viajes. –decía su prima que poco le faltaba para afirmar sin exageración, que no había rincón en la Tierra, que sus ojos no hubiesen admirado. Se instalaron en una confortable salita, un genuino Jacob Marrell adornaba la pared sobre la chimenea. La pintura parecía exhalar el aroma de las flores enmarcando un estrecho vínculo visual, con el brocado de los muebles que simulaba rosas de pétalos tersos y suaves. Con refinada destreza, Dasha encendió un cigarrillo encajado en una larga boquilla de marfil tallada con motivos geométricos de nudos celtas. Sin preámbulos dijo después de arrojar el humo de una intensa bocanada –necesito el tercer volumen de la colección de dibujos de Otto Presl. Sé que lo tienes… -continuó, -mi abuelo se lo regaló a tu padre y yo lo necesito ahora. 

-¡Vale una fortuna! -Exclamó Susan

-La colección vale una fortuna, yo tengo la colección, tú sólo tienes el tercer volumen.

-Eso te va a costar mucho dinero.

-No tengo dinero, es por eso que me urge vender la colección.

-¿Y con qué piensas pagarme?

-Posiblemente yo tengo algo que tú necesitas.

Susan permaneció pensativa unos minutos, levantándose del asiento -dijo. –En un momento regreso. Cuando entró de nuevo a la salita, a punto de entregarle a su prima una carpeta que había sacado de la guantera de su vehículo, titubeó. Demasiado tarde, su prima jalaba con fuerza el documento. -¿Qué tenemos aquí? –decía la rusa abriendo con parsimonia un sobre donde se veía en su interior, solamente una fotografía… 

…Dasha vio con evidente curiosidad el interior del sobre que contenía la fotografía. Saboreando el momento que intuyo de gran importancia, agitó los delicados dedos de su mano derecha, y sin apremio, sustrajo con el índice y el pulgar, la enigmática imagen impresa que su prima, por un instante dudó en revelarle. La rusa vio la fotografía durante largo rato sin comentar absolutamente nada, con el entrecejo fruncido al fin dijo -¿Sabes en que lío te has metido querida prima?

-¿Por qué lo dices?

-Niña, no tienes idea.

-Déjate de perspicacias y dime que sabes al respecto.

-Bueno, por lo pronto te diré que la mujer se llama… -hizo una pausa que a Susan le pareció un siglo. -Se llama María Orsitsch, o Marija Oršić si lo prefieres, o incluso aún, más sencillo, simplemente, María Orsic.

-¿Y…?

-Bueno, no mucho –dijo la rusa que había encendido otro cigarrillo después de insertarlo en su elegante boquilla de marfil. Susan sacó de su bolso una cigarrera de plata adornada con flores de lis en oro. En el momento que la abrió, no pudo disimular el temblor acusado de sus manos. Con cierto esfuerzo sacó un gaulois sin filtro, de tabaco oscuro y fuerte aroma que de inmediato, al encenderlo, inundó toda la habitación.

-María nació en Zagreb –añadió la rusa sin apartarle la vista a la fotografía -el 31 de octubre de 1895, de padre croata y madre alemana-vienesa.

-¿Y las otras mujeres.  

-Están de espaldas, no las puedo identificar… pero muy probablemente son Traute y Sigrun. O tal vez, Traute y Heike… cualquiera de ellas. 

Susan iba a formular otra pregunta justo cuando Dasha intervino -¿De dónde sacaste la fotografía? –Es complicado –contestó la bibliotecaria.

-Pues descomplícalo, para que yo pueda entenderlo.

-Tengo un amigo… -murmuró Susan -en realidad es amigo de Hunter, compañeros del periódico. Se llama Matthew Anderson. Hacía un reportaje en Alemania para el New York Times, junto con el editorialista Raymond Moore… Matthew tomó la fotografía.

-¿Algo más que debas decirme? Inquirió la rusa en tono inflexible.

-Sí… la foto fue tomada en un desfile militar de Hitler y…

-¿Y qué?

-Y… –Susan apagó el cigarrillo, viendo de frente a su prima, le dijo –el vehículo de las mujeres no formaba parte del desfile, simplemente apareció de la nada en la fotografía.

-¿Mencionaste a Raymond Moore?

-Sí… qué hay con él?

-Por el momento no puedo decirte mucho. Sólo te adelanto que él puede estar implicado en todo esto.

-Por qué lo dices. –Se te acabó tu crédito –indicó la rusa, haciendo un guiño seguido de una leve sonrisa. La mujer se levantó con determinación del asiento encaminándose hacia una vitrina, de una ranura de doble fondo sacó una llave. Susan no le apartaba la vista a Dasha que no tardó en abrir la gaveta de un mueble del que sacó una carta. –Querida prima -dijo, sería interesante que le mostraras este documento a tu amigo, y por supuesto, no está por demás decirte, que corres peligro.

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jueves, 28 de abril de 2022

Fragmento de la novela Las puertas del tiempo - 2

 

En el café-bar-restaurante

Los asistentes puntuales esperaban que Susan, hermana de Hunter y bibliotecaria del café-bar-restaurante, abriera las puertas del establecimiento. Los lunes no se trabajaba al público, en cambio, el personal realizaba tareas de limpieza y clasificaba el ingreso de los nuevos libros adquiridos bajo el riguroso intercambio de ejemplares. Matthew, Raymond, Hunter y su hermana, pasaron directo al comedor de empleados, ahí les sirvieron el único menú que habían preparado para ese día. Después de una breve sobremesa bajaron al sótano donde se encontraba el salón de juntas del establecimiento y la biblioteca de libros y documentos clasificados como “no intercambiables”, el lugar se encontraba equipado con medidores automáticos para el control de iluminación, temperatura y humedad. Varias mesas de trabajo les permitió extender papeles, documentos y fotografías que habían seleccionado para esa ocasión. Susan vio por vez primera las imágenes del desfile, las pegaron sobre una pizarra que se extendía a lo largo de la pared. Se sentó a una distancia prudente frente a las fotografías, que analizó con excesiva atención sin comentar absolutamente nada.

Hasta ese momento sus especulaciones apuntaban a ciertos trabajos de investigación de Nikola Tesla y Albert Einstein, ambos a su manera, tenían una estrecha relación con la Alemania de Hitler, y ambos también a su manera, se habían comprometido con proyectos relativos a la “trasmisión de la materia a través del espacio tiempo”. Nikola Tesla lo había mencionado en varias ocasiones y lo había enfatizado de forma muy elocuente durante algunas de sus históricas entrevistas. Tema que relató refiriéndose a un artículo en particular de la revista “Immortality”, realizada en el laboratorio de Tesla en Colorado Springs en 1899. Hunter acaparaba la atención de todos mencionando unos fragmentos que había copiado de la histórica entrevista.

“Lo que se considera como espacio vacío es solo una manifestación de la materia que no está despierta. No hay espacio vacío en este planeta, ni en el Universo…” La materia es una expresión de infinitas formas de la luz, porque la energía es más vieja que ella.

Lee enfatizaba las palabras de Tesla, en relación al “espacio vacío” y la manifestación de la materia como una expresión de infinitas formas de luz. La voz lejana del científico, parecía anidar en los muros del subsuelo donde los sonidos reverberaban con sus ecos, como si se pudieran atrapar las palabras en los resquicios vacíos para colmarlos de ideas. Ya en otra ocasión, Tesla se había referido a un aparato que extrae la energía radiante del continuo espacio-tiempo. La energía radiante, según afirmó Nikola Tesla, es la que predomina en el Universo. En relación a este fantástico relato, era posible viajar a lugares sorprendentes utilizando el mecanismo de la teletransportación.     

Raymond movió la cabeza, comenzaba a desesperarse. Nada parecía tener sentido. Finalmente dijo con voz demandante -yo sólo quiero saber cómo llegó esa fotografía a la cámara de Matthew. Con evidente sorpresa, todos se encogieron de hombros. Ante el desconcierto de los presentes, Ray se disculpó, ya más calmado dijo –Me inclino más por los descubrimientos de Einstein- tomó uno de los documentos que Susan había seleccionado para la reunión. -Invisibilidad amigos, ese es el punto, invisibilidad repitió enfatizando con lentitud cada una de las sílabas.

Me parece que estamos en un callejón sin salida –intervino Matthew- La paradoja de Einstein-Podolsky-Rosen, es sólo un experimento mental. El artículo es claro, habla explícitamente del carácter relativo del tiempo, medido por distintos observadores en diferentes estados de movimiento, lo que implica que no puede existir una asignación objetiva del instante de tiempo a todos los eventos que sea válida para todos los observadores a la vez. Susan temió preguntar, y casi titubeando dijo - están seguros de no haber visto el cuarto vehículo. –Completamente, dijo Ray. -Nunca hubo un cuarto vehículo agregó el fotógrafo.

-Voto por el plan B -dijo Hunter –estamos dando vueltas en círculo, así podemos especular hasta el infinito, esto no nos conduce a nada. Propongo que entrevistemos a ambos científicos. Nos presentaremos como reporteros del New York Times, a fin de cuentas los tres trabajamos ahí -guiñó el ojo- en efecto, “Book” era el autor de la tira cómica “Todos al Ataque”, cuyo protagonista Lucas, un simpático investigador privado, mantenía siempre a la expectativa a todos sus asiduos lectores de la sección editorial que aparecía los domingos. Hunter, además colaboraba con un puzzle de palabras cruzadas que se publicaba todos los días.

Susan había salido para organizar la comida, no tardó en regresar con una revista entre sus manos. -Me la acaba de entregar un niño, el chiquillo dijo que no podía volver mañana y no solicitó a cambio ningún libro. La portada tenía un dibujo a mano, colorido, a simple vista parecía representar un símbolo extraño. Las diez y seis páginas de su interior estaban en blanco, a no ser por un dibujo abstracto que alguien había trazado dentro de un pequeño rectángulo…

…Al concluir la jornada del día, cuando los empleados del café-bar-restaurante se habían ido, Susan bajó al sótano, había pasado una semana y los papeles sobre las mesas de trabajo aún permanecían ahí. En

realidad no le preocupaba mucho el no haberlos guardado, porque ella era la única que tenía acceso al depósito de documentos y libros del sótano, que por su peculiar contenido, eran clasificados como inestimables y a veces significativamente valiosos. Mientras hacía un poco de orden y teniendo frente a sí, las fotografías del desfile de Hitler en Berlín, le asaltó una idea bochornosa. -¿Y si Matthew nos estuviera gastando la más imperdonable de las bromas? A fin de cuentas, él era un experto en fotografía, un innovador de técnicas de vanguardia, asiduo expositor en la galería “Little Glint” de New York, donde solía en tiempos mejores reunirse con artistas e intelectuales dedicados al arte y a la investigación teórica de la imagen fotográfica. Incluso en la última exhibición de su obra “Neon and Gas” había sido objeto de una histórica polémica, suscitada a raíz de un acérrimo debate entre sus críticos más conservadores.

Susan Se aproximó al vehículo de las mujeres, sin duda una buena fotografía, más aún por el efecto sombrío que generaba el largo cabello suelto, como si ocultara de manera etérea las figuras humanas que se veían nítidas al fondo. Una estela bastante común a no ser por una ráfaga de aire natural que tuvo que ocurrir justo en ese mismo instante, tan intensa como para lograr agitarles a las damas la melena de esa manera. La bibliotecaria pensó que tal vez, el vehículo iba demasiado rápido, idea que descartó al instante, a menos que, discurrió de pronto, Matthew haya tomado la fotografía en otro lugar y hábilmente creado el montaje. Tampoco esa era una buena idea, la secuencia de los negativos no dejaba lugar a dudas la autenticidad de la misteriosa imagen.

Sin más, comenzaba a organizar los archivos que había seleccionado ese día, cuando vio la advenediza revista –pensó -Seguro un autor anónimo que busca notoriedad. Aunque la portada sin ser profesional era seductora, atrayente. El símbolo extraño que creyó ver en esa oportunidad, ahora le parecía como una secuencia de dos objetos que flotaban en el aire tras una explosión. El título y probablemente un subtítulo eran ilegibles, no por una mala caligrafía, sino por los símbolos, parecían ideogramas antiguos. Hojeó nuevamente las páginas que estaban sin numerar, justo en la que correspondía al número catorce, estaba la imagen de un impreciso dibujo enmarcado en un rectángulo. Su olfato de bibliotecaria y su poderosa sensibilidad la motivaron a guardar el cuadernillo en una gaveta bajo llave, en la sección de obras anónimas sin clasificar.   

Archivó todos los documentos, antes de apagar la luz centró su vista sobre el rostro enigmático de la mujer. En ese momento reflexionó, si no todo ese embrollo era producto de la caótica mente de Hitler. -Tal vez todo esto tiene que ver con Hitler –pensó. Después de revisar los controles de seguridad, apagó la luz, cerró con llave la puerta. Al salir del establecimiento, se dio cuenta que había luna llena y que el cielo iluminado, creaba sombras que se agitaban en el suelo, cuando el viento movía calmadamente la espesura ocre del follaje.

Matthew había vuelto a tener problemas nerviosos, eso decían sus médicos. Frecuentes dolores de cabeza acompañados ocasionalmente de vértigo y trastornos visuales lo habían mantenido durante varios días recluido en su habitación. El poco éxito de las entrevistas planeadas con gran detalle, influyeron en cierta medida a su abulia y desinterés por el asunto de la fotografía, en realidad ya no quería saber nada al respecto. El día programado para la reunión con Albert Einstein, su ayudante, un joven húngaro, le había entregado a Raymond Moore, justo treinta minutos antes del encuentro, una serie de preguntas que los reporteros del New York Times solamente debían formular. El ataque de Einstein a la teoría cuántica nunca había sido rebatido por el científico satisfactoriamente, así que el investigador aprovechó la oportunidad, para exponer con amplitud su preocupación y su posición determinante, de unificar los fenómenos luminosos y gravitatorios, en una sola teoría.

En tal caso, el artículo fue bastante bien recibido en el periódico. En cuanto a Nikola Tesla, todo resultó infame, para ellos y para el mismo científico que el día anterior había cancelado la entrevista. Habían sustraído de su habitación del hotel New Yorker de Manhattan, una cantidad importante de documentos y cajas con valiosa información. En medio de las engorrosas investigaciones sobre el inventario de la obra intelectual del científico que había sido robada, cualquier intento de hablar con Nikola Tesla resultaba completamente infructuoso. 

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domingo, 24 de abril de 2022

Fragmento de la novela Las Puertas del Tiempo


Fragmento de la novela “Las Puertas del Tiempo”

Berlín, Alemania. Abril de 1938 

Desde la habitación del hotel veía ondear los cientos de banderas que colgaban de los altos edificios a lo largo de la avenida Wilhelmstraße. Sobre el rojo intenso de la tela resaltaba la esvástica negra inscrita en un círculo blanco. La llamada Nationalflagge, había sido declarada recientemente bandera oficial de la Alemania nazi. Se asomó por la ventana, centenares de uniformados de color gris-terroso le recordaron el estado de guerra que parecía relajarse en la apacible calma del salón del bar, amenizando la mañana de los comensales con música de Wagner. 

Matthew bajó para reunirse con Raymond quién se encontraba en compañía del empresario alemán Dieter Frei. Recién partían en un convertible azul, cuando de repente se vieron atrapados en el tráfico de una multitud de coches y tranvías estacionados en el cruce de la calle. La gente salía a bocanadas de todas partes, los ocupantes de los vehículos se unían a la gran masa que se arremolinaba en la arteria principal para ver pasar a Hitler. Matthew corrió tras la multitud aferrado a su cámara fotográfica, entre tanta algarabía no escuchaba a Raymond que trataba de alcanzarlo. Le era imposible ver nada, sólo escuchaba el retumbar de las botas de un grueso destacamento. Tras de sí, vio salir a un par de individuos de un edificio, y ¡Hurra! –Pensó- habían dejado la puerta abierta. Subió las escaleras hasta el rellano de un pasillo cuya ventana daba justo sobre la avenida. Su corazón latía con sobresaltos entre el abrir y cerrar del diafragma de su cámara fotográfica. Durante unos minutos permaneció inmóvil, incrédulo, mientras veía alejarse al último batallón de las SS. En breves instantes la multitud también se retiraba y los vehículos comenzaban a circular, cuando el estallido de una bomba voló por los aires un comercio de judíos que se encontraba justo bajo sus pies. 

Connecticut, USA. 1938

Seis meses después. 

Era uno de esos días naranjas de otoño, cuando las frondas de los árboles cubren con su manto de hojas doradas, los caminos y senderos de la hermosa región de Nueva Inglaterra. Cimentada en una zona boscosa frente al río Connecticut, en las proximidades del poblado de Middletown, la casa rodeada de un jardín multicolor, era el apacible espacio en el que Matthew pasaba la mayor parte del tiempo. Había dejado las muletas semanas atrás y sólo algunas cicatrices por la intervención de la pierna izquierda, le recordaban tan lamentable suceso acontecido en el mal logrado reportaje fotográfico en Berlín. 

La fresca mañana agitaba con el viento las cortinas de la habitación, y sin ánimo de nada, veía moverse a ratos las páginas desordenadas de un periódico, que reposaba desde hacía meses sobre el escritorio de su estudio. El viento arreció y el diario junto con otros documentos, volaron hasta quedar atrapados en un rincón del salón. Con parsimonia cerró la ventana, recogió los papeles, que de nuevo sobre el escritorio permanecieron inertes, hasta que su vista se clavó en el encabezado del New York Times, que tantas veces leyera una y otra vez. “Alemania Enemigo Implacable del Pueblo Judío”. Raymond Moore, había entregado el artículo personalmente en las oficinas del diario, la nota bastante extensa, debía narrar los acontecimientos ocurridos ese día en Berlín, pero el fotógrafo no quería saber nada del asunto, incluso había pensado en renunciar a su cargo como reportero gráfico de prensa, aunque no estaba del todo convencido, por lo pronto esperaría algunos meses hasta su cabal recuperación.  

En ese estado de abulia, comenzaba a dormitar recargado en el cojín de un sillón, cuando escuchó insistente la bocina de un claxon, Matthew se asomó por la ventana y a lo lejos vio aproximarse un coche. Reconoció de inmediato a Raymond que le hacía señas desde la ventanilla derecha del vehículo, el fotógrafo salió de inmediato, apresurado se encaminó hasta la puerta del jardín para recibirlos. Mientras saludaba a su amigo, el conductor, un hombre entrado en años sacaba de su maletín un paquete. Isaac Roit, dijo Ray sin más a modo de presentación. Los tres hombres se sentaron en una mesa de la terraza, Emma, la tía de Matthew y Ethel su sobrina, quiénes los habían visto desde la ventana de una de las habitaciones, les llevaron limonada y unos pastelillos recién sacados del horno. 

Issac por conducto de Dieter Frei, le hacía llegar al fotógrafo las pertenencias que llevaba el funesto día del atentado. Matthew colocó el paquete sobre la mesa, y sin mostrar ningún sentimiento de gratitud o sorpresa inició una conversación banal sobre el estado del tiempo. Raymond intentó romper el hielo iniciando un diálogo con su acompañante, tema que no tardó en hacer eco sobre los tres personajes. Isaac Roit de origen judío, recién llegado de Alemania, había tenido en Berlín junto con su esposa Isska, un próspero negocio de alta costura de bordados y tejidos, que realizaban sobre manteles, toallas, sábanas, carpetas y todo tipo de lienzos de alta calidad. La familia Frei, de gran tradición y arraigo germánico, fue desde sus inicios uno de sus principales clientes. Dieter quién en su juventud había pasado algunas temporadas en Estados Unidos negociando sus “calculadoras mecánicas”, había hecho fortuna con las máquinas cuya firma, sus antepasados habían adquirido en 1892. El patriarca de los Frei, compró la patente del sistema Odhnerder, lo que le permitió fabricar en Alemania las máquinas llamadas "Brunksviga", a las que más tarde le fue adaptando innumerables mejoras. 

En 1930 Dieter acudió a las oficinas del New York Times, en plena época de la Gran Depresión, para incrustar un anuncio sobre sus productos que comenzaban a tambalearse frente a su acérrimo competidor, de la prestigiosa empresa Burroughs. Casualmente conoció a Raymond en un café de la Gran Manzana, donde los periodistas de diversos diarios locales y del interior, solían darse cita. Con frecuencia se reunían en el café Club-Broadway y guardarían desde entonces una estrecha amistad. Algunas anécdotas de esa época fueron el tema de conversación que distrajo a los tres hombres por un par de horas. Prometiendo reunirse nuevamente, Issac le dijo al señor Anderson que esperaba le fuera grato reencontrarse de nuevo con su cámara fotográfica. -Gracias… gracias- repitió Matthew quién advirtió hasta ese momento, su falta de interés hacia los objetos que le había hecho llegar Dieter Frei, no se molestó en preguntar a su emisario por el alemán, pues supuso que el hombre se encontraba metido en medio de una espantosa guerra, la que sin duda alguna, terminaría terriblemente mal.   

Entre los bolsillos del chaleco caqui que llevaba aquel día permanecían aún los rollos fotográficos que había adquirido antes de partir a Europa. Guardó las cajas sin abrir y separó un carrete que se disponía a revelar, lo había etiquetado con el nombre de Mary Queen. Indeciso, no le apartaba la vista a la cámara que mostraba algunas abolladuras y ligeros raspones en el fuelle, más notorios eran los rastros de suciedad e incluso algunas manchas de sangre que parecían cubrir parte del lente. Dejó a un lado el rollo y se dispuso a limpiar con exquisita parsimonia su maltratada cámara. Cuando terminó, se dio cuenta que había quedado como nueva, descubrió también que el funcionamiento no había sido dañado e incluso tomó un par de fotografías agotando así las 36 exposiciones. 

Había trabajado gran parte de la noche en el cuarto oscuro, dejó secando los negativos y volvió al día siguiente para realizar el revelado de la película. Las fotografías en blanco y negro sacudieron sus confusos recuerdos. Desconcertado y nervioso las examinó más de una vez, esbozó una recapitulación mental de los acontecimientos, reconoció las primeras fotografías que había tomado desde la ventana del hotel, recordó el ondear de las banderas y los cientos de hombres uniformados a lo largo de la avenida. Más elocuentes aún, eran las siguientes imágenes, la posición favorable desde la ventana del edificio le permitió hacer tomas excelentes de la comitiva del führer. Tres vehículos le seguían y al final de ellos, un batallón motorizado de las SS remataba el paseo de Hitler hasta la cancillería. Después de eso, solo una gran mancha oscura permaneció en su mente, hasta que, postrado en un hospital de Boston comenzó a recuperar la memoria, y poco a poco fueron sanando sus graves heridas.

Intrigado, observó con pesar, que una de las fotografías se había velado, pero al examinarla con una lupa se dio cuenta que la multitud de la acera de enfrente se apreciaba nítida, era más bien, algún extraño efecto, tal vez de iluminación que alteró el enfoque de esa fotografía. El cuarto vehículo en el cual viajaban unas mujeres, mostraba una estela borrosa, al menos eso parecía, sin embargo, le costó trabajo aceptar que el rastro lo producía la larga cabellera de las mujeres, el viento arrastraba sus cabellos creando ese efecto inusual. A pesar de sus grandes esfuerzos, no recordó en lo absoluto haber visto ningún vehículo con mujeres. Se sintió incómodo frente al temor de encontrarse de nuevo en medio de una laguna mental. Quizá era un simple olvido, todo había ocurrido tan rápido, no obstante, no podía quedarse con la duda, así que regresó al cuarto oscuro y realizó varias amplificaciones de la misma escena. 

Le pareció que una de las mujeres era una rubia de mirada insondable, el aumento de la imagen le permitió apreciar con gran detalle las perfectas facciones de la misteriosa dama. Las otras dos veían hacia la multitud del otro lado de la acera, pero ciertamente al igual que la rubia, llevaban larguísimo el cabello castaño. La enigmática situación lo había dejado sin aliento, confuso y fatigado salió a caminar un rato bajo las frondas agitadas de los arces y el aire fresco de la tarde. 

En el jardín encontró a su tía Emma charlando con unos desconocidos, el terreno aledaño, distante a tan sólo veinte o treinta metros de su propiedad, sería dinamitado. Una gigantesca roca caliza, poblada de tramo en tramo por escasos arbustos, emitía con el sol, la blancura y el brillo de los cristales de cuarzo adosados en la piedra. La inminente construcción de una residencia alejaría del paisaje el promontorio que en su infancia, el fotógrafo había escalado cientos de veces. El técnico daba los pormenores a Emma para que tomaran sus precauciones. Matthew insistió con los ingenieros sobre el asunto de la conservación boscosa de la zona, no tuvo que hacer mucho hincapié al respecto, ese tema ya se había tomado en consideración. En fin, sólo quedaba esperar buenos vecinos, al menos a él le gustaba la soledad, en cambio a su tía se le iluminaba el rostro cuando podía compartir con alguien su deliciosa tarta de manzana. 

Pasada la demolición, un fin de semana, celebraban en casa de los Anderson, el cumpleaños de la tía Emma. La familia bastante numerosa, tíos, primos, sobrinos y nietos, reunidos en el jardín, se preparaban, unos arreglando la mesa, otros poniendo carne en el asador, mientras los más pequeños correteaban tras algunos patos que alguien había traído, como trueque a cambio de verduras y hortalizas del huerto. Matthew mataba el tiempo en el estudio mientras llegaba Raymond con su familia, ese día comprobó que la ropa le quedaba grande, llevaba una barba descuidada y su cabello negro comenzaba a pintar algunas canas. Se vio en el espejo, estaba pálido, más bien demacrado, al menos sus grandes ojos azules y su ocasional sonrisa lo libraban de verse mayor. Sin embargo, él se sentía viejo a sus treinta y cuatro años. Raymond tenía la misma edad y era la imagen opuesta de lo que él veía en el espejo en ese momento. 

Su invitado no tardó en llegar, Allison y las niñas se fueron directo a la cocina. Respiró hondo, se acomodó el cuello de la chaqueta y bajó a saludarlos. Por fortuna nadie comentó sobre su estado de salud, que si no había mejorado, tampoco era para alarmarse. La reunión duró menos de lo pensado, las nubes anunciaron tormenta y cuando cayeron las primeras gotas de lluvia, los invitados ya se habían ido. Allison y Emma ponían orden en la casa mientras Raymond y Matthew conversaban en el estudio. 

-Revelé las fotos. -Dijo el fotógrafo con cierto malestar.

-¿Se salvaron?

-Sí… todas. La cámara también.

-¿Puedo verlas? –Preguntó Ray con verdadera curiosidad.

-Aún no, antes quiero hacerte una pregunta.

-No entiendo ¿de qué se trata?

-¿Recuerdas la comitiva de Hitler?

-Por supuesto, imposible olvidarlo.

-¿Cuántos vehículos seguían el coche del Führer? –preguntó Matthew algo alterado.

-Tres

-¿Seguro?

-¡Completamente! no me cabe la menor duda.

Matthew permaneció en silencio, pensativo, con la cabeza hundida entre las manos. Ray se alarmó, finalmente dijo -¿Tiene eso importancia? -Matthew no contestó, le hizo un ademán a su amigo para que lo siguiera.

Casi siempre Ray terminaba aceptando las ideas descabelladas de Matthew. En las vacaciones del último año en la secundaria, recrearon una cámara oscura de tamaño descomunal. La construyeron en el estacionamiento del colegio y durante una semana, Raymond anunció la función mágica de unos títeres que bailaban de cabeza. Matthew construyó el cuarto oscuro de dos metros por metro y medio con unas mantas negras, barrotes y tablas que pintó completamente de negro. Ningún rayo luminoso entraba al interior, a no ser por un pequeño orificio que arrojaba luz en la superficie interior opuesta, reflejando las imágenes de los muñecos que Matthew agitaba desde afuera. La función duraba cinco minutos y cabían sentados en el cuarto, tres o cuatro chiquillos. Al principio fue una broma, después un magnífico negocio y al final un incidente deplorable. Un día se armó una pelotera cuando intentaron entrar al mismo tiempo seis o más chiquillos. Tratando de poner orden entre el jaloneo, los barrotes se aflojaron y una tabla cayó en la cabeza de Matthew, perdió el conocimiento y durante algunos días no recordó ni su nombre. 

Raymond lo siguió hasta el estudio, por un instante pensó que no debía alterar más el precario ánimo de su amigo, caviló incluso, si debía aceptar que eran cuatro vehículos, cualquier cosa, con tal de no incrementar su frágil estado emocional. Entraron en la habitación, Matthew había ampliado todas las fotografías, las había pegado en la pared en riguroso orden, tal cual había ocurrido en el desfile. Ray enmudeció, le temblaron las piernas y fue necesario que el fotógrafo le acercara una silla. Los dos sentados frente a la pared, permanecieron largo rato en silencio.

-Me pregunto -dijo Matthew, con la voz entrecortada -¿Cuántos vehículos habrá visto Dieter Frei? Ray tardó en contestar, finalmente dijo –Ahora que lo mencionas, Dieter no presenció el desfile, de hecho no lo volví a ver. Cuando te encontrabas en el hospital mandó unos documentos con un oficial de las SS, para que pudiéramos salir del país en un barco que transportaba judíos refugiados hacia América.  

Ambos se sentían petrificados, sorprendidos, atemorizados… justamente atemorizados. Pero era un temor que en vez de aniquilar, te enaltece, te llena de rabia, te fortalece ante lo desconocido. Raymond se levantó de la silla, avanzó con paso seguro y se detuvo frente a la fotografía del cuarto vehículo. Era nítida, inconfundible, sólo el conductor y las tres mujeres en el asiento trasero. Sin moverse giró su vista hacia el vehículo anterior, reconoció a Joseph Goebbels, lo señaló con el dedo y dijo -es el Ministro de Propaganda de Hitler. Controla los medios de comunicación -agregó sin voltear para ver a Matthew.

-Lo sé, junto a él, saludando a la multitud están el Dr. Theodor Morell médico personal del führer y Rudolph Hess.

-¿Sabías que Rudolph Hess colaboró con Hitler en la redacción de su libro “Mein Kampf” (Mi Lucha) 

- Sí, también sé que cuando se casan en Alemania, los novios reciben de regalo dicho libro.

Los dos se intercambiaron miradas de – ¿Y ahora qué…?

Raymond continuó señalando con su dedo y nombrando a todos los ocupantes de los tres vehículos. Se detuvo frente al Mercedes Benz donde viajaba Hitler, la nitidez de la fotografía hacía posible ver el número de la matrícula de la limusina descapotada, 1A 148461, el führer iba de pie, al lado del chofer, con la mano derecha en alto, realizando su saludo inconfundible. En ambos lados de la acera la gente vitoreaba a su líder tras la columna infranqueable de los uniformados de las SS. Matthew se levantó del asiento, se paró junto a Ray, señaló varias fotografías al tiempo que decía –te aseguro que ni un alfiler hubiera podido penetrar la valla humana. ¿Entonces… de dónde salió este vehículo? -levantó el tono de voz y golpeó con el puño de la mano, varias veces la fotografía del coche donde aparecían las mujeres. 

Raymond encendió un cigarrillo, se sentó nuevamente, lo imitó el fotógrafo, apenas le había dado unas bocanadas al tabaco cuando apretó la colilla sobre un cenicero. Nervioso se levantó del asiento, sacó un par de vasos y sirvió un poco de whisky. Encendió el tacadiscos, mientras escuchaban Porgy and Bess, de George Gershwin, a Matthew se le ocurrió una idea. Sin darse cuenta, sonreía para sus adentros.

-¿Qué piensas? -Le preguntó Ray

-¿Sabes cuánto tiempo de exposición se necesita para hacer una fotografía?

-Ni idea, supongo que es muy variable, en tal caso, muy poco. -Contestó Raymond con aparente desgano.

-Exacto, muy, muy poco… una fracción de segundo.

-¿Y eso, a qué viene al caso?

-¿No lo captas?

-¿Qué debo captar? habla claro. -No te lo había mostrado, porque ni yo mismo lo entendí al principio –dijo el fotógrafo sacando de una carpeta una secuencia de tres fotografías que había ampliado tamaño carta. En las fotos se veía una niña sentada en el suelo, asomando su rostro de entre las piernas de los soldados de las SS. En la siguiente fotografía el rostro de la niña mostraba una iluminación inusual que la había obligado a cerrar los ojos, en la tercera secuencia, la niña aparece con las manos en el rostro cubriéndose los ojos.

-¿Lo captas?

-Mmmm, déjame ver los originales -dijo Ray apresurándose al muro donde estaban pegadas las primeras amplificaciones. Era evidente, en la foto del tercer vehículo de la comitiva de Hitler se podía observar con nitidez el rostro de la niña. En la siguiente fotografía, justo cuando pasa el vehículo de las mujeres, en efecto, el semblante de la niña proyecta una luz inusual, incluso se puede apreciar un gesto cuando cierra los ojos. En la tercera toma, que capta el momento preciso en que va entrando el batallón motorizado, la pequeña se ha cubierto los ojos. 

Raymond se alejó de la pared y observó desde lejos la escena fotográfica. Matthew encendió otro cigarrillo sin apartarle la vista al muro. –Es muy simple -dijo, tomando de la mesa el sobre donde estaban impresas las fotos en su tamaño original. Tomó las tres fotografías que armaban el complejo del enigma y se las mostró a Ray, formando con ellas un abanico entre sus manos. Lo que realmente ocurrió es esto –dijo agitando las fotografías -sin embargo, –agregó en el preciso momento en el que arrojaba al suelo la fotografía de las mujeres -Todos nosotros, hemos sido testigos sólo de una parte de la realidad. Hemos presenciado algo de lo que no tenemos conciencia, pero nuestra percepción por alguna razón no lo ha registrado en la memoria. Esta es la realidad –agitó con fuerza las dos fotografías -nuestra limitada realidad. 

Raymond no pudo disimular un escalofrío que recorrió como un rayo todo su cuerpo.

-Sabes Ray… no descansaré hasta saber qué sucedió en ese intervalo de tiempo, capaz de alterar tan dramáticamente nuestra comprensión.

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