jueves, 21 de abril de 2022

Mallorca 1478


 

Fragmento de la novela INMORTALIDAD

CAPÍTULO 16

 

MALLORCA 1478 

Pamela inició esa noche la lectura de su precioso libro “Immortalitat”. La primera página mostraba el título enmarcado en una viñeta algo borrosa color sepia con símbolos vegetales muy abstractos, simétricos y laboriosamente entrelazados. Con el siguiente epígrafe daba principio la primera página del antiguo y misterioso ejemplar.

Ocórrer en el temps dels somnis. Maig 1478

Ocurrió en el tiempo de los sueños. Mayo de 1478

Sobre las altas montañas, al extremo oriental de la sierra Tramuntana en la costa norte de la isla de Mallorca, la ermita de Sant Miquel se alza a 540 metros del nivel del mar y desde sus amplias terrazas se ven al norte las azules aguas del Mediterráneo. El pequeño edificio con su torre, campanario y sacristía de planta octogonal está construido totalmente de piedra arenisca. Remata el mesurado espacio una bóveda de media naranja revestida en su interior con tejas adosadas, y al exterior la esférica superficie se encuentra recubierta por piezas polícromas de cerámica. En la fachada una tosca puerta de madera adopta en la parte superior la forma de un arco de medio punto. Este único acceso está enmarcado por pilastras y protegido por un bastimento sobre el cual hay un pequeño rosetón flamígero de estilo predominantemente gótico.

En su interior, sobrio y oscuro, bajo los gruesos nervios de la bóveda, una imagen de la virgen Negra espera el inicio de la romería.

Con las primeras luces del alba, se escucha a lo lejos el fragor mezclado de cánticos y rezos, que la multitud arrobada en la fe de la Cruz y la virgen Negra ejecuta al unísono con piadoso orfeón de voces discordantes, estremeciendo hasta las ánimas nocturnas aposentadas en el camino tortuoso de la montaña. Flanqueado de barrancas y descollados precipicios a la vera de un estrecho sendero, el tropel anuncia su cercanía con el rumor cacofónico de alguna plegaria entremezclado entre el balar y el campanilleo rítmico de las ovejas.

El fértil paisaje de vetustos árboles de ciprés y olivos se abre abruptamente en la explanada de la colina al frente de la ermita de Sant Miquel. A lontananza, los danzantes preludian con flautas de arcilla, gaitas y tambores la aparición de los peregrinos de una singular procesión disfrazada de ángeles y diablos, seguida por un grupo de jóvenes mujeres vestidas con túnicas descoloridas en tonos de azul sombrío, portando sobre su cabeza pesadas canastas con panes y flores silvestres. Amanece y los primeros rayos del sol incitan el bullanguero fervor de los bailarines llegados de Llucmajor, quienes ejecutan frente a los devotos espectadores, arriesgadas pirámides humanas, mostrando con soltura y contento al equilibrista más joven que en lo alto despliega una cesta repleta de almendras y albaricoques prodigados en sus frondosos campos al sur de Mallorca.

El ruido retumbante crece alrededor de los grupos de aldeanos que se disponen a lo largo y ancho de la explanada de la ermita acicalando los puestos de venta de quesos, aceitunas, ajos, salchichas, agasaje, buñuelos y típicas figurillas hechas de madera de la aceituna, original del pueblo de Alfabia. El campanilleo de las ovejas y el silbido de las siurells hechas de arcilla caracteriza el jolgorio brioso de los danzantes venidos a pie desde Portol, que no amaina ni en garbo ni en fuerza ni aún después de 15 horas de agreste viaje serpenteando las fatigosas veredas.

Cuando el sol apenas toca con sus rayos la Cruz de piedra, la sombra del santo monumento levantado junto a la ermita se proyecta en ese instante varios metros al amparo de los danzantes que alternan sus bailes de gaitas y tamborileos con voces y corrillos típicos de las regiones aledañas. De súbito, se hace el silencio en el instante en que el Magister Prinio Corella, sale de la ermita acompañado de varios monjes portando una pequeña imagen en talla de madera de la virgen Negra. Corella oficia la Santa Misa y bendice las ofrendas y los animales domésticos, y todos los bienes interiores y exteriores, para que así, -el milagro de la gracia divina prodigue por siempre.

En ese momento, el campanario de la ermita, Santuario del Cristo y de la virgen Negra, tañe su campana con aires de fiesta estallando exultante el fervor público de las alegres consagraciones. Con la algarabía cesa el rumor de la cascada en la montaña y el murmullo de los manantiales se trastoca con la música estridente que acompaña a los bailarines. En un pandemónium de gentes hilarantes los chiquillos corretean por la explanada mientras sus madres venden pan dulce relleno de espinaca picante. Otras más anuncian a gritos la cosecha de naranja de las arboledas que abundan en la montaña. Algunos puestos improvisados ofrecen ungüentos y plantas medicinales para curar todos los males de la tierra incluyendo las dolencias del alma. El jugo de naranja apaga la sed de los ajetreados caminantes, pero los hombres jóvenes y viejos prefieren refrescarse con licor de Binissalem de pujante tradición romana o mejor aún, los más curtidos se reconfortan con buenos tragos de vino de Malvasia afamado desde el tiempo de los moros en toda la región de la sierra Tramuntana. Los primeros peregrinos parten con la luz de la luna antes del amanecer del día siguiente.

Cuando el sol despunta en el alba, sólo los estragos de la romería son el mudo testigo de las fiestas anuales a la venerada virgen Negra. Y ahí, en medio de esa tempestiva soledad, aparece como una fortuita revelación, frente a la Cruz de piedra, una preciosa niña. El Magister Prinio Corella, quien está a punto de iniciar su camino de regreso al monasterio de San Salvador voltea a la explanada para dar un último adiós. En el recinto sus ojos se encuentran con los de ella, la niña permanece de pie, a contraluz, ondeando sus largos cabellos dorados como una premonición que habría de recordar vívidamente el clérigo dieciocho años después. Pere Ferrater presencia la insólita escena. Él, su cuñada, su esposa y su hija Apel se retiraban, y tras de ellos Melissa, la pequeña de siete años, la hija de nadie, la olvidada en la ermita, la inocente infeliz de la virgen Negra, la criatura abandonada del Cristo, la niña patrona de los peregrinos los sigue con mansedumbre, en silencio, sin decir una sola palabra, sin expresar temor, pena ni sufrimiento.

Pamela despertó aún con los ojos llenos de lágrimas, se vio reflejada en un lacerante espejo de circunstancias similares, amó infinitamente a esa niña y a la distancia de más de quinientos años sintió su desventura como propia. Las heridas las cura el tiempo y la suya era reciente, al menos eso pensaba ella.

Inmortalidad (sincronía)

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